Crónica para una caída anunciada

La inopia nunca puede sustituir al compromiso

Había una vez un pueblo próximo al Escorial llamado Valdemorillo, Don Santiago, había logrado ganar las elecciones para convertirse en el Alcalde del municipio. El Edil, un hombre de labia, había convencido a su partido, a muchos vecinos con promesas grandilocuentes y discursos emotivos sobre el futuro de las urbanizaciones, pero en realidad, carecía de apresto  para ejercer su cargo.

Desde el momento en que asumió el compromiso, quedó claro para  los vecinos, que Don Santiago no estaba preparado para liderar el actual Ayuntamiento de Valdemorillo. Ignoraba los procedimientos administrativos, no entendía los problemas básicos de unas Urbanizaciones constituidas como los “Reinos de Taifas”, además el Edil carecía de habilidades de comunicación efectiva con sus ciudadanos.

Don Santiago, sin embargo, estaba convencido de su  agudeza y se negaba a aceptar cualquier crítica o consejo. Pensaba que todos los vecinos eran “cortos” y que no se darían cuenta de su tosquedad. Además, adoptó una actitud  despectiva hacia quienes se atrevían a cuestionar sus decisiones y marcar sus errores. El  pueblo transcurría sin rumbo fijo, como hojas llevadas por el viento, sin propósito ni dirección.

En el centro de este pueblo  se alzaba un reloj, cuyas manecillas se habían detenido hacía tanto tiempo que nadie recordaba cuándo fue la última vez que marcó la hora correcta. Este reloj, con su tic-tac constante pero inútil, parecía ser el símbolo perfecto de la inoperancia que reinaba en Valdemorillo

En sus alocuciones, Don Santiago solía hablar con arrogancia y desprecio hacia otros políticos, así como hacia los ciudadanos que expresaban preocupaciones legítimas. Prometía soluciones milagrosas para todos los problemas del pueblo, pero rara vez terminaba haciendo algo concreto para resolverlos.

Con el tiempo, la incompetencia de Don Santiago se hizo  más evidente. Los problemas en el municipio de Valdemorillo se acumulaban: urbanizaciones deterioradas y mal gestionadas, servicios públicos deficientes, incorrecta sanidad y un aumento en las alteraciones. Sin embargo, él se negaba a reconocer su responsabilidad en la situación y seguía culpando a otros por sus fracasos.

Algunos vecinos, cansados de la ineptitud de su alcalde, comenzaron a organizarse y a expresar abiertamente su descontento. Se convocaron manifestaciones y se formaron grupos de protesta exigiendo la renuncia de Don Santiago. La presión sobre él era abrumadora, pero él se aferraba al poder con uñas y dientes, creyendo que podía mantener su fachada de superioridad para siempre.

Con el paso del tiempo, sus seguidores más leales comenzaron a darse cuenta de la verdad: Don Santiago era un político negado y arrogante que no estaba a la altura de su cargo. La presión pública se volvió insostenible y, finalmente, se vio obligado a dimitir.

La lección que quedó grabada en la memoria de los vecinos de Valdemorillo fue clara: la ignorancia y la arrogancia nunca pueden sustituir a la honestidad, la humildad y el compromiso real con el bienestar de la comunidad. A partir de entonces, prometieron elegir a líderes más competentes y responsables, dispuestos a trabajar de manera honesta y dedicada por el bien común. Y así, la historia de Don Santiago se convirtió en una advertencia sobre los peligros de la soberbia y la incompetencia en la política local.