En el anterior artículo, un lector anónimo me preguntaba:

 ¿Por qué, “me muerdo la lengua”?

A la hora de escribir sobre: la corrupción en Valdemorillo

Agradezco su intervención, porque me permite seguir abordando este tema y denunciar nuevamente a: la clase política del gobierno y oposición por su pasividad para solucionar todo aquello que deberia servir para sanear el Ayuntamiento y recepcionar las urbanizaciones. 

En el pueblo, tenemos una descomunal Plaza de Toros para dos días al año, en una situación casi intocable para el pueblo, después de habernos costado, además del terreno, más de la mitad de su presupuesto de ejecución material (estamos hablando de millones de euros).  También tenemos aparcado un macro de Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), lleno de preguntas sin respuesta. ¿Acaso se conoce quien compró los terrenos de verdadera utilidad según el Plan?... Pero hay más asuntos.

Soy un profesional de la Arquitectura que he desempeñado la tarea docente Universitaria en los últimos veinte años, durante este tiempo he tenido la ocasión de debatir sobre todo aquello de mi entorno técnico profesional inmediato. Además, los temas que he estado tratando forman parte de la realidad de lo que se deberia investigar. Pero son los políticos y/o los funcionarios municipales los que tienen fácil acceso a cualquier información…, los ciudadanos deberíamos servir sólo como apoyo a esas pesquisas.

El PSOE de Valdemorillo, y su portavoz el Sr Plato, son conocedores de esta indagación para desde ella seguir investigando como deberia ser. Además, no creo que exista político que no conozca las circunstancias que rodean a este asunto. Por tal razón, me siento desencantado del comportamiento de todos aquellos que pudiendo no quieren, y más siendo el partido con el que me presente, como independiente, en las pasadas elecciones. Ahora no lo haría

No cabe la menor duda que la corrupción política, entendida como utilización espuria en beneficio propio o de terceros afines y en perjuicio del interés general, es el peor “coronavirus” que vive con el sistema democrático, a pesar de ser teóricamente incompatible: debe inquietarnos seriamente a todos los demócratas, ya que corroe los cimientos de la democracia, y elimina la obligada distinción entre bien público privado, característica de cualquier régimen de libertades. También rompe la idea de igualdad política, económica, de derechos y de oportunidades, depravando el pacto social y desertando del Estado de Derecho. Igualmente supone desprestigio de la ciudadanía en el sistema, desigualdad en la pugna política, violación de la legalidad y atentado a las reglas del mercado.

En Madrid hemos tenido varios gobernantes salpicados por esta lacra que el tiempo tiende a esclarecer, solamente cuando hay otros políticos honestos que lo denuncian. En los últimos años, numerosos sucesos han puesto de manifiesto que el fenómeno de la corrupción en la gobernabilidad de Comunidad Autónoma y algún Ayuntamiento, no es algo coyuntural, sino estructural, que prolifera peligrosamente en las nuestras instituciones públicas. Los numerosos casos de corrupción de Madrid, han revelado que las Corporaciones Públicas han estado sometidas al poder económico y se han convertido en el escenario de tráfico de influencias.

Y las causas que han propiciado esta lacra son: la “profesionalización” de la política, entendida en su peor versión; el transfuguismo para mantener poder, la permanencia en el tiempo. Pero, por encima de todas, a mi modo de ver, es la falta de ética pública de muchos de nuestros gobernantes, llegados a la política no por vocación ni espíritu de servicio, ni siquiera por ideología (¡qué rancios suenan ya estos conceptos!), sino por propio interés.

Algunos analistas consideran que la ética pública ha perdido hoy relevancia social, dada su naturaleza subjetiva. La gran mayoría entiende, sin embargo, que la ética ha de ser el mejor antídoto contra el veneno de la corrupción, y preconiza la necesidad de un rearme ético. La política, que puede ser la más noble de todas las tareas, es susceptible de convertirse en el más vil de los oficios; precisamente porque es una actividad humana y, como tal, defectuosa. Todo el mundo coincide en que la ejemplaridad y la honradez son virtudes que deben presidir la actuación de los políticos, en tanto que escaparate y guía de la ciudadanía.

La persona aprovechada de lo público, es manipuladora, inteligente, para que, quienes la rodean, no perciban conductas delictivas. Con oratoria, y encanto, al menos en primera instancia. Usa la empatía para seducir y se cree mejor que el resto. Su arrogancia la lleva a no sentir culpa. Goza de profesional y es mentirosa compulsiva. Engaña para conseguir beneficios o justificar su conducta y alguna llegan a creerse sus propias mentiras.