La culpa,.. siempre es de otros

La política municipal de Valdemorillo es una máquina llena de defectos.

Una empresa ineficiente, que sólo trabaja cada cuatro años para votar y sin oficina de reclamación. Los concejales, tanto del gobierno como de la oposición, no están dispuestos a ceder en nada. Apenas se habla de soluciones, de propuestas, solo de ellos mismos, de sus miserias. y con el único objetivo de derribar al contrario.

Creo que hay un par de diferencias que mantienen a salvo a los políticos:su "empresa" no puede cerrar y ellos siempre van a tener trabajo. Además, los "accionistas-votantes" no consideran que su voto "cotice" y solo representa el apoyo moral a unos u otros. La culpa nunca es suya, siempre es de otros, o de la coyuntura o de cualquier tipo de amenaza exterior o interior. Tanto a unos como a otros les encanta salir en la foto o celebrar  reuniones. Saben que una decisión colectiva no les compromete a nada. Siempre se puede culpar a otros. Se dedican a hacer, declaraciones de intenciones que solo sirven para dar la sensación de que hacen algo.  Se ponen medallas cuando hacen lo mínimo y echan balones fuera cuando vienen mal dadas.

Es cierto que lo peor que tiene gobernar es que hay que gestionar. Es decir, llevar a la práctica, o hacer realidad, proyectos de mejora del ayuntamiento, la empresa no resulta fácil. Lo notan en sus carnes este gobierno en minoría de Valdemorillo sin que se esperara. Los actuales, alcanzaron el poder desde una posición de fragante minoría, que sobre el papal les inhabilita para gestionar cualquier proyecto. Nuestro pueblo no puede seguir por mucho tiempo sumergido en una situación anquilosada que no permite sacar un proyecto hacia adelante. Valdemorillo tiene pendientes actuaciones que no deben dejarse esperar como: el Plan de Ordenación Urbana que enmarque el urbanismo dentro de lo que se considera normal. Es el pueblo de Valdemorillo, el que

Al parecer los rusos nos dejaron en Paz

sufre las consecuencias del desgobierno actual y debe buscar para encontrar algún pacto que permita terminar el tiempo restante hasta unas nuevas elecciones.

Pero, estamos viendo cómo el poder uniforma las actitudes y unifica las reacciones de los gobernantes, vengan éstos de donde vengan, de forma que en ocasiones se hace difícil diferenciar entre esa nueva política y la de siempre. Y eso es muy significativo precisamente cuando la marca que han tratado de registrar las formaciones nacidas en los años de la crisis es su diferencia radical con la política asentada que nos ha sumido en la crisis y ha robado y ha incrementado la desigualdad en el pueblo. 

Hasta hace unos años se pensaba que la corrupción surgía como un recurso de la sociedad ante el exceso de regulaciones: una reaparición del mercado allí donde las autoridades, quizá bienintencionadas pero ignorantes, ponían barreras al desarrollo de la economía y a la creación de puestos de trabajo. Las diferentes administraciones irían generando miles de leyes, reglamentos, permisos o regulaciones muy difíciles de cumplir, incluso contradictorias entre sí, que ralentizarían la actividad económica y la creación de empresas. Sin embargo, gracias a unos oportunos sobornos, se lograría una aplicación muy laxa de estas regulaciones y una agilización de los trámites. Las comisiones pagadas a los políticos actuarían como un catalizador de la actividad económica aunque, a la postre, la carga se traspasase a los ciudadanos por el aumento de precio de las obras públicas,  la vivienda y otros bienes. 

No obstante, pronto se reveló que esta visión benévola no era capaz de explicar la corrupción a gran escala. El fenómeno resultaba bastante más complejo y mucho más terrible, dañino y destructor. Y no constituía una salvación para el mercado sino, por el contrario, el germen de su desaparición. La corrupción no suele surgir como una estrategia del sector privado para sortear complicadas e insensatas regulaciones sino que son los gobernantes corruptos quienes establecen deliberadamente las trabas con el fin de crear nuevas oportunidades de enriquecimiento ilícito. Se trata de restringir la libre competencia imponiendo barreras a la entrada, de manera que las empresas que se establezcan (o comiencen ciertas actividades económicas, accedan a una licitación pública o consigan una recalificación del suelo) puedan obtener unas rentas no competitivas.