Carta abierta a la inteligencia de los vecinos:

 


"Los eternos del ayuntamiento: el noble arte de no moverse jamás"

Vivimos en una tierra mágica, donde se ha descubierto el secreto de la longevidad política. No se necesita pócimas ni oraciones, solo un sillón municipal, una sonrisa ensayada y apoyo incondicional de ese ecosistema conocido como el aparato del partido. Es admirable: mientras a muchos les cuesta encontrar estabilidad laboral, ellos llevan décadas renovando su contrato... sin opositar, claro está.

¿Quién no los conoce? Han sobrevivido a alcaldes, a siglas, a crisis económicas, pandemias y hasta  redes sociales. Son los campeones del "aquí no se mueve nadie". Si existiera un premio a la resiliencia estática, ya tendrían un pabellón municipal a su nombre.

Y no nos engañemos: lo suyo no es incoherencia, es versatilidad ideológica. Hoy defienden una cosa, mañana lo contrario, y si hace falta, ambas a la vez. El truco está en hablar mucho sin decir nada. Porque cuando uno ha hecho del ayuntamiento su hábitat natural, aprende a sobrevivir sin levantar la voz… ni sospechas.

Ideales, propuestas, proyectos… Qué cosas de principiantes. Lo que realmente mueve los engranajes de la política local son las cenas con asociaciones, los puestos bien colocados para amigos  y ese maravilloso lenguaje de los favores: corto, directo y eficaz. Un trueque de voluntades más ágil que cualquier procedimiento administrativo.

Y qué decir del votante. Esa figura entrañable que aparece cada cuatro años con toda la buena fe del mundo, creyendo que su decisión marcará un cambio. Pero tranquilos, nuestros eternos ya han hecho los deberes con tiempo: han visitado suficientes fiestas de San Blás, han repartido los abrazos necesarios y han prometido, con mirada seria y convincente, que "ahora sí, esta legislatura será distinta y tendremos resuelta el asunto de las "Urbanizaciones".

¿Y la gestión? Ah, la gestión… Esa cosa gris que hay que hacer entre elección y elección. Ni muy buena, no sea que alguien espere más; ni muy mala, que tampoco hay que dar excusas para moverse del sillón. La clave es mantenerse en ese cómodo terreno de la mediocridad silenciosa. Si algo funciona, se anuncia con altavoz. Si algo falla, se entierra bajo una comisión informativa.

Por supuesto, no todos los que repiten mandato tras mandato lo hacen por interés propio. Hay excepciones: personas con principios, con vocación real, con ganas de cambiar las cosas. Pero suelen durar poco. La política local, ya saben, no siempre premia al que vale, sino al que aguanta. Y para aguantar, más vale tener callo… o buenos padrinos.

Así que, vecinos, celebremos a estos héroes de lo inmutable. No representan a un barrio ni a una idea: se representan a sí mismos. Y eso, al menos, es una forma de coherencia. Aunque más que representantes públicos, parecen parte del inventario del salón de plenos.

Por todo esto, mi humilde sugerencia: la próxima vez que vayamos a votar, no miremos solo las caras, sino las raíces. Porque hay árboles que llevan tanto tiempo plantados en el mismo sitio… que ya ni dan sombra.

 

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