El teléfono móvil
Ha supuesto toda una revolución en el mundo de la comunicación
Hay una frase de Françoise Sagan, que dice: Cuando las personas tienen libertad para
hacer lo que quieren, por lo general comienzan a imitarse mutuamente.
Pues
bien eso es posible que esté ocurriendo con el uso y abuso del móvil, ese
instrumento infernal que se hace imprescindible para un número ilimitado de
personas. El pasado miércoles en un trayecto del metro de Madrid pude comprobar
que ciudadanos de todas las edades permanecían absortos observando la pantalla
del móvil, alguno de manera compulsiva escribía y escribía mensajes, otros se
limitaban a observar su pantalla de forma absorta,
Bien
es verdad, que el ser humano necesita relacionarse y saber lo que ocurre a
nuestro alrededor. Utilizamos el WhatsApp para mensajearnos, facilita
nuestra comunicación, pero también potencia nuestra ansiedad. La utilidad del WhatsApp
se encuentra perturbada por el abusivo uso que hacemos de él. Lo usamos de
manera compulsiva para enviar auténticas chorradas en forma de chascarrillos
que la mas de las veces son mentira que nos llevan un tiempo leerlas y suponen una verdadera pérdida de tiempo. Con eso no nos comunicamos nos
limitamos a mandar todas las chorradas que nos llegan sin apenas reparar en
ellas y lo hacemos de manera indiscriminada a todo aquel que se nos ponga a
tiro.
Tal
vez por eso, o solamente por eso, ahora solo mando mensajes, siempre escritos,
cuando hay algo que decir sin molestar a la gente con chorradas que se
transmiten en todas las direcciones y que casi siempre encierran un cierto
chascarrillo que las más de las veces no tiene gracia alguna incluso algunas son impertinentes y pueden afectar a nuestra sensibilidad estética de la
vida.
Está
bien querer saber del otro, pero también es fácil rebasar ciertos límites
muchos de los mensajes, cada vez más, no facilitarán la comunicación con otras
personas sino que nos limitarán y agobiarán. Una buena norma puede ser atender
primero a quienes se dirigen a nosotros en persona, después a las llamadas, a los mensajes instantáneos y por último a los chascarrillos en forma
de WhatsApp. No atenderlos en función de cuándo lleguen, sino en el orden en el
que previamente hemos asignando. De otro modo nos volvemos dependientes y
potenciamos la impaciencia, que como comenté en el artículo pasado tiene sus
pros y muchos contras.
No
hace tanto, llamar a un ajeno después de las diez de la noche sin una razón de
peso se consideraba una intolerable falta de respeto. Esas últimas horas del
día, como las primeras de la mañana y las de la comida y la sobremesa, se
consideraban sagradas salvo cuestión de vida o muerte. Ahora, sin embargo, se
supone que todos estamos para todos. Da igual que sea tu madre que tu suegra
que tu ex que tu futuro que un propio a quien alguien alguna vez le pasó tu
número. Si estás en línea, estás disponible. Y si no contestas eres un borde o
se la estás pegando. Me temo, no obstante, que la verdad es peor que todo eso.
Si no contestas es porque no quieres, o no puedes, o quien te inquiere no es tu
prioridad en ese momento.
Los adictos a los móviles hablan en voz alta y constantemente deben demostrarse que están vivos a través de conversaciones sin sentido e innecesarias, muchos sufren de depresiones severas.
ResponderEliminarMientras que otras personas simulan que hablan aun con el teléfono apagado, para sentirse importantes.
Son los adictos al móvil, una dependencia que incluso lleva a algunos de los pacientes a robar para poderse costear las llamadas.
La dependencia del móvil crea un auténtico caos entre los adictos.
Como no saben vivir sin el celular, compran varios y tienen los últimos modelos.:
El móvil no es nocivo si se utiliza racionalmente.
Primero debemos reencontrar el ritmo de vida propio y aprender a valorar la soledad y el silencio. Segundo, hay que saber decir no y filtrar las conversaciones.
He llegado a la conclusion que mejor se esta sin movil, siempre encuentras a un amigo para una emergencia.
ResponderEliminar