Ante las elecciones en Cataluña

Los nacionalistas  no pueden ocultar su semejanza con los movimientos fascistas.

Estamos ante un proceso de degradación moral que se ha generado nuevamente en una parte importante la población de Cataluña y que se autodefine nacionalista e independentista, cuando algunos gestos o declaraciones guardan similitudes con los del periodo nazi.

Tampoco se puede negar que el nacionalismo catalán se ha esforzado siempre en aparecer como democrático y respetuoso, alejado de los movimientos fascistas del periodo de entreguerras en la Europa del siglo XX. Sin embargo los últimos movimientos nacionalistas no pueden ocultar su semejanza, cada vez menos disimulada, con los movimientos fascistas:

• Listas únicas en las cuales las ideas se sacrifican por la unidad nacional.
• Un movimiento nacionalista excluyente que se identifica con el pueblo y convierte a quien no se suma a este movimiento en un enemigo, traidor a la nación. Movimiento mediante el cual muchas familias tienen conflicto de intereses serios al borde de ruptura.
• Culto al líder, visto como el guía que al mismo tiempo lleva al pueblo a la gloria de una nueva Nación.
• Profunda falta de respeto a las leyes, que deben dejar paso a la “voluntad del pueblo”, definida por ellos mismos
• Propaganda intensa y permanente dentro de las escuelas y en la universidad; desafectos para los disidentes; apelaciones constantes a que vivimos momentos excepcionales que justifican cualquier abuso, original; y una ininterrumpida victimización que resuelve todos los problemas descargando toda responsabilidad sobre un chivo expiatorio, los malos, los otros, culpables de todos nuestros males.
• Falta de lealtad con las regiones de España históricamente menos favorecidas.

En definitiva, los mecanismos que adopta el nacionalismo separatista en Cataluña no se esconden y se muestra cada vez más abiertamente con rasgos inequívocamente fascistas. La próxima vez que señalemos los paralelismos entre nacionalismo catalanista y fascismo, antes de descalificarnos y negarlo airadamente, harán bien alguno en analizar con frialdad la realidad de unos gestos y unos discursos que parecen salidos de los años 30 del siglo pasado.

Por esa razón y ante  un clima de intolerancia, de agresividad al pronunciamiento público de la libertad y la animadversión a la diferencia implícitamente ligada al esencialismo nacionalista,  debemos tirar de la sociología histórica para intentar situar esta realidad en el lugar que corresponde.

Propongo un análisis de cómo se llegó en España a la situación actual, en donde unos pueblos fueron los productores y los más favorecidos generaron su industrialización con mayores beneficios. Porque Tradicionalmente los imperios coloniales han comprado las materias primas a sus colonias y les han vendido los productos elaborados. En el siglo XIX se desarrolla la industria textil catalana, protegida por los gobernantes españoles que ponen aranceles a los productos que vienen de Europa con precios más baratos. El resto de los españoles tienen que comprar su ropa a mayor precio para beneficiar a Cataluña.

Al llegar la democracia se acuerda reparar esta injusticia creando un fondo de solidaridad interterritorial, al que aportan fondos las comunidades más desarrolladas y los reciben las menos desarrolladas. Este fondo ya nace viciado porque dos de las cinco comunidades con mayor renta: Navarra y el País Vasco, quedan excluidas y además reciben privilegios fiscales.  Recientemente el Estado acaba de aumentar sus aportaciones al País Vasco). Y Cataluña lleva años negándose a hacer aportaciones al fondo de solidaridad. De aquí­ viene el interés de los nacionalistas catalanes por la independencia.

Pero el problema es mucho más grave. Resulta que después de casi cuarenta años de democracia ese fondo no ha servido para nada, porque las diferencias de industrialización entre las comunidades más ricas y las que tienen su economía más débil en vez de disminuir han aumentado. Las empresas prefieren establecerse en las zonas con más densidad industrial (Cataluña, Madrid y País Vasco), en vez de hacerlo en Andalucía, Extremadura, las Castillas, etc.  Y los diferentes gobiernos apoyándose en los nacionalistas no han hecho nada para evitarlo, favorecido a Cataluña y el País Vasco porque necesitaban los votos para mantenerse en el poder.

Las regiones más industrializadas actúan como colonialistas de las menos industrializadas. Estas Últimas obran como colonias vendiendo la materia prima para luego comprar los productos elaborados a Cataluña y demás zonas industriales. Esto conlleva desigualdades sociales, económicas, diferencias de sueldos, de riqueza y en definitiva de nivel de vida entre unas comunidades y otras.

Los políticos no solo no han  evitado estas desigualdades sino que tampoco lo hacen ahora ni lo van a hacer nunca. ¿Entonces no hay solución para reparar estas desigualdades interterritoriales? Si­ la hay, la tenemos los ciudadanos. Poseemos el poder que nos da el ser consumidores. Y como tales podemos obligar a los empresarios a que fabriquen los productos que queremos y que lo hagan en las regiones interesan. Si, por ejemplo, este año se queda sin vender la mitad del cava catalán, los empresarios de esta industria, procurarán para el año que viene elaborar el cava en otras regiones vinícolas.

Si dejamos de comprar los productos que vienen de las comunidades más industrializadas, florecerán las industrias en las regiones más pobres. Los empresarios no solo trasladarán la sede social sino también los centros de trabajo y disminuirá el paro en esas autonomías. Así, el desempleo se equilibraría, ahora es en Andalucía casi el doble que en Cataluña o País Vasco. Habrá  un equilibrio entre todas las regiones de España en industria, y en consecuencia, en riqueza y bienestar social. Y ya se podrá suprimir ese discutido fondo de solidaridad interterritorial.