La injusticia en el mundo.
1.200 millones de personas viven con una renta de un dólar diario.
Cerca de la
cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza,
sin poder cubrir sus necesidades alimenticias.
El problema
real no es la falta de recursos, sino el control de los peculios agrícolas, es
decir la tierra, está en muy pocas manos y con intereses en los países ricos.
No hay países pobres. Sí países donde la mayoría de la
gente es pobre. Pero ello no quiere decir que estos países sean pobres. Haití,
por ejemplo, con una renta per cápita muy baja, tiene los suficientes recursos
para que la mayoría de la población no lo fuera. No hay ningún estado
desarrollado en el mundo que no haya alcanzado el nivel de progreso sin seguir
políticas proteccionistas del libre comercio. Sin embargo para aquellos países
en fase de desarrollo, como Méjico, que no tuvieron tales medidas
proteccionistas, han tenido un impacto extraordinariamente negativo, pues han
inducido a la destrucción de gran cantidad de puestos de trabajo.
Las supuestas ventajas del libre comercio en los
países pobres afectan positivamente a
las rentas superiores relacionadas con el sector exportador, controlado
por inversores extranjeros, y negativamente a las clases populares. El dinero
público se asigna para facilitar la inversión extranjera a costa de otras
imposiciones que se establecieron para orientar a crear empleo en los sectores
domésticos.
De manera parecida ocurre en los países ricos. Los
tratados de libre comercio son la causa del
crecimiento de las desigualdades sociales, siempre estableciéndose los
mejores y mayores beneficios en las rentas más próximas al sector del poder
económico y a las a las rentas superiores. El sector exterior está muy
desarrollado a costa del sector doméstico, poco próspero, en parte como
consecuencia del descenso de la demanda casera, que ha sido el resultado del descenso de los salarios.
La evidencia acumulada que apoya abundantemente cada
uno de estos puntos muestra la falsedad del dogma neoliberal. El hecho de que,
a pesar de ello, continúe promocionándose, es porque tales tratados benefician
a las elites financieras e industriales de los países ricos así como a sus
aliados en los países pobres. Es esta alianza de clases la responsable de que
el estándar de vida de los sectores populares, tanto de los países ricos como
de los pobres, esté estancado.
Se necesitaría establecer
un nuevo paradigma económico que permita articular una nueva alianza que
reconozca cambiar el sentido de los tratados, se requiere otra manera
diferente que nos pueda permitir el alejamiento de este tiovivo económico, que
está afectando cada vez más intensamente y de manera directa a las clases
medias y bajas de una sociedad neoliberal impuesta desde un mundo globalizado.
En el que el llamado poder económico y el mercado no se encuentren
permanentemente por encima de los intereses de la mayoría de la población
mundial.
Pero la fábula del capitalismo demuestra también que,
si se pretende trasladar los estándares laborales y sociales vigentes en los
países industrializados a los menos desarrollados, se impide a éstos aprovechar
sus ventajas comparativas en bajos salarios o en menores niveles de protección
social. Las mejoras en estos campos deberán ser paulatinas y paralelas al
desarrollo económico. En esta carrera no existen atajos y el país que intenta
tomarlo vuelve al pelotón de cola.
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