Hoy voy a contaros un cuento.



La vida misma
Nuestra forma de pensar está influida por la cultura en la que estamos inmersos. La de un sistema capitalista, basado en el consumo y la competitividad. En donde una buena parte de la gente se refugia en la mínima seguridad,  “tampoco estamos tan mal”, “con otros sería peor” … poco a poco, a pesar de las dificultades globales, salimos definitivamente de la crisis’. 

Los experimentos con gaseosa. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. La gente es conservadora aun en su deterioro. Y más le ofrecen chucherías ocasionales. Además a la gente no le preocupa absolutamente nada lo que les pase a los demás ni de sus sufrimientos. Es lo más duro de la democracia: hay que aceptar lo que digan los otros. Aunque nos hunda en el desconsuelo. Sé que es un crimen ético, pero ¡me fío yo más poco de la gente!

Ahora en estos momentos que vivimos, comienzo a no fiarme de nadie, no me fío ni de mí mismo. Pensamos y actuamos por mecanismos de impulsos cerebrales. No podemos fiarnos de nada ni de nadie hasta que no lo comprendamos. Para colmo tenemos que comprenderlo con el cerebro. Por esta razón pienso que hay hambre, pobreza, guerras y degradación del medio ambiente. Me gustaría vivir en un mundo distinto, donde el principio fuera la austeridad para no degradar el medio ambiente, y la cooperación y la solidaridad entre personas y pueblos. Todo con una base en el conocimiento y la mentalidad crítica, de no fiarse ni de la sombra de uno. Ningún partido tiene esos objetivos, aunque en algunos hay personas antisistema, pero son tachados de radicales y extremistas. Con la edad, me siento cada vez más pacifista y en contra de la violencia.

En este sentido viene a cuento esta narración que voy a someterla a la consideración de mis amigos lectores. Es un cuento sobre lo anecdótico de lo absurdo de este sistema de crecimiento económico y sobre el decrecimiento sostenible: 

La historia se desarrolla en un pueblo de la costa mexicana. Un paisano se halla junto al mar medio adormilado, un turista norteamericano entabla conversación con él. El turista pregunta: Buenos días, buenos días buen señor, ¿Usted a qué se dedica, en qué trabaja? El ciudadano contesta. Ahorita yo soy pescador. El yanqui interpela, caramba debe ser un trabajo muy duro y ¿trabajará usted muchas horas cada día?. Sí, contesta el cuate trabajo muchas horas. ¿Cuántas horas trabaja por término medio? prosigue el americano, y el paisano responde: trabajo 3 ó 4 horas…. bueno pues, posiblemente menos. …¿Y qué hace usted el resto del día?... Mire cuate, yo me levanto tarde, pesco 3 o 4 horitas, luego juego con mis hijitos, duermo la siesta con mi mujer y al atardecer salgo con los amigos a tocar la guitarra, cantar y beber unas cervezas. Pero hombre como es usted así, le replica el turista norteamericano. ¿Qué quiere decir usted señor? Que por qué no trabaja más. ¿Y para qué? Porque si trabajase más podría conseguir un barco más grande en un par de años ¿Y para qué? Porque al cabo de un tiempo podría abrir una factoría aquí en el pueblo ¿Y para qué? Después podría montar una oficina en el Distrito Federal ¿Y para qué? Porque luego podría organizar delegaciones de los Estados Unidos y en Europa ¿Y para qué? Porque las acciones de su empresa cotizarían en bolsa ¿Y para qué? Porque sería usted inmensamente rico ¿Y para qué? Porque al cumplir los 70 años se podría jubilar y venir aquí tranquilamente y levantarse tarde y estar adormilado junto al mar, pescar unas horitas, jugar un rato con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir por la tarde a tomar unas cervezas con sus amigos.
El buen hombre se queda en silencio con la vista perdida en el infinito pensando para sus adentros….!este hombre está tocado!

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